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EL AMOR DEL ÁNGEL

Estaba a un paso del acantilado. Unas densas nubes flotaban justo debajo de ella. Y aunque el abismo no era visible tras las suaves almohadas del cielo, sabía que seguía allí. La esperaba, con sus oscuros brazos extendidos, y en un fuerte susurro repetía una y otra vez:
"No tengas miedo. Solo cierra los ojos y baja".

Pero dudó. En lo más profundo de su alma rota, aún oía otra voz que decía lo contrario.

Pero desde abajo, alguien la llamaba, alguien que parecía tener poder sobre ella; alguien que quería convencerla de ello. Y con cada segundo que pasaba, sucumbía más y más a él.

"No caerás. Eres un ángel", le recordó la voz. "Los ángeles no se estrellan. ¿Lo has olvidado?".
"¿Qué les pasa a los ángeles?".
"Vuelan. Da un paso y compruébalo tú misma". De repente, sintió alas a la espalda y un poder y una calidez desconocidos envolvieron su cuerpo. Parecía haber cambiado. Y empezó a sentir que todo estaba en su poder. Volvió a mirar hacia abajo. El acantilado ya no era tan aterrador, y las nubes parecían aún más esponjosas que antes. La voz seguía llamando. Pero ella seguía allí, intentando comprender qué le sucedía.
"Si soy un ángel, ¿qué me pasó? ¿Por qué no puedo ver a Dios?"
"Salta del acantilado. Y sentirás el poder que has olvidado. No te estrellarás. Volarás."
"¿Y volveré a ver a Dios?"
"Pero eres un ángel."

************

                                                                                           ANTES

Copos de nieve caían sobre sus pestañas. Se regocijaba en la nieve, como una niña. Y él estaba con ella, su amado y esperado hombre. La abrazó. Y ambos eran felices. Ese día pareció eterno.

Y por la noche, él le volvió a decir que no existía Dios. Y unos meses después, su padre murió. Y por primera vez el quiso creer que nada había terminado y que algún día se encontrarían. Y entonces ella, con más fuerza que antes, le pidió a Dios que se revelara a él. Dios la escuchó. Y por la noche, un ángel se le apareció en sueños. Y hablaron largo rato. Y al despertar, el seguía sintiendo la presencia de Dios. Luego hubo días y noches en que tomaba la Palabra en sus manos y la leía. No siempre entendía y a menudo no podía creer lo que estaba escrito. Pero ella se lo explicaba. Y volvió a sentir la presencia de Dios. Y cuando ella no estaba, lloró... amargamente y durante largo rato. Y finalmente, Dios no solo la escuchó a ella, sino también a él.

Pasaron algunos años más. La fe de él se fortaleció. Ella era feliz, porque para ella no había nadie más importante que el Creador. Porque si no fuera por Él, él tampoco estaría con ella. Ella continuó hablando al mundo de Dios. Y él continuó amándola. Nunca discutieron. Porque los dos eran uno. 

Pero un día ella se fue. Era como si ella se hubiera evaporado. Y él no la encontraba por ningún lado. Año tras año pasaban. Soñaban con su propio hogar. Pero él tenía que quedarse en el de otra persona. Porque la esperaba y aún creía en Dios. Nunca culpó al Señor por su pérdida. Pero no podía aceptar que, en algún lugar, ella estuviera sufriendo. Le preguntaba a Dios todos los días qué le había pasado a su amada. Pero Dios guardaba silencio. Y en algún momento, su fe flaqueó. No podía alabar a Dios cuando solo había vacío en su alma. Y no entendía por qué su corazón seguía latiendo. Estaba listo para terminar con esto de una vez por todas. Pero sabía que no tenía derecho a hacerlo, ni por sí mismo como creación de Dios, ni por ella. ¿Y si...? ¿Y si ella regresa?
Lo peor es vivir en lo desconocido. Lo peor es despertar con un sueño irrealizable. Lo peor es creer día tras día en algo que nunca sucederá. Lo peor es no saber qué le pasó a la persona más cercana.

Había desarrollado una extraña costumbre. Le compraba su té favorito. Aunque él prefería el café. Y ahora compraba té por si ella volvía en una fría noche de invierno o abriera la puerta con su llave en su ausencia. Soñaban con comprar algún día una hermosa casa para su familia. Y ahora cuidaba la de otra persona como si fuera suya. ¿Y si ella volvía? Y entonces se mudarían a la casa de sus sueños. Y no se rindió. Siguió ganando dinero para la compra más importante para ambos. Y cuando no quería ir a trabajar, se recordaba a sí mismo por qué aún valía la pena. Todos los días dejaba una nota en la puerta. Por si acaso. ¿Y si ella volvía...?

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