AMOR DEL RÍO AL OCÉANO
Un día, cuando una pequeña Ría conoció las aguas de otro, mucho más grande que ella, se enteró de la existencia del Océano. Era hermoso y fuerte. Se decía que sus orillas eran tan anchas que no se veían más allá del horizonte. Ría sintió mucha curiosidad. Nunca había oído hablar de algo así. ¿Realmente existe alguien o algo tan asombroso como dicen de él? Ría era muy curiosa por naturaleza. Siempre se sintió atraída por lo desconocido. Por eso los arroyos la condenaron. Las llanuras y las montañas que la observaban desde un costado no entendían nada. Pero ella seguía corriendo hacia algún lugar lejano, hacia lo nuevo y maravilloso. Al menos eso era lo que quería creer. Buscaba en su difícil presente señales de un futuro mejor. Y siempre las encontraba. Le parecía que la vida es tan diversa y asombrosa que no hay que quedarse en un solo lugar. Y así, cuando se le presentó la oportunidad de conocer al propio Océano, no pudo evitar aprovecharla. A pesar de su corta edad, Ria ya había visto bastante en su camino, pero, al acercarse a las aguas del Océano, se quedó paralizada por un momento, como si estuviera hechizada. Sintió que perdía velocidad. Una extraña emoción se apoderó de ella. Parecía haberse convertido en alguien o algo distinto, hasta entonces desconocido para ella. Finalmente, conoció al poderoso Océano. Despertó en ella un sentimiento de asombro y deleite. Ya no podía imaginar su existencia sin él, sin aquel a quien amaba con todo su corazón. Siempre supo que él existía, que estaba en algún lugar y que seguramente se encontrarían. Y ahora estaba cerca, querido y próximo. Se estaba apoderando de ella, con tal codicia y ternura al mismo tiempo que no podía evitar amarlo. Todas sus entrañas ardían por las mareas de su inmensa pasión. Sus aguas se acariciaban mutuamente. Su corriente atravesaba la desembocadura del río. Murió y renació muchas veces. Se entregó por completo a él, disolviéndose poco a poco en sus innumerables aguas. De un río fresco, se convirtió en un enorme océano. Ella se estaba convirtiendo en parte de él. Ella ya era parte de él, lo quisiera o no.
"Qué extraño. Es como si ahora me estuviera reconociendo a mí mismo. Y algo en mí se estuviera despertando", pensó Ria.
Y en ella, sin embargo, algo nuevo estaba despertando. La vida futura estaba naciendo. Muchas vidas. Poco a poco, se convirtieron en ríos y arroyos independientes, cada uno corriendo por su propio camino. Apuntaban al mismo objetivo, lo más lejos y lo más profundo posible en sus propios mundos.