LA HORMIGA SALVADA POR UNA MANO PODEROSA
Hay tanto en el vasto mundo. Pero la hormiga lo desconoce. Hay tantos lugares y personas en el gran planeta. Pero la pequeña hormiga, por muy rápido que corra, por mucho que lo intente, nunca sabrá lo que saben los gigantes-humanos.
La pequeña criatura intenta encontrar un camino, sintiendo con todo su cuerpo el peligro que se cierne sobre ella. Corre de un extremo a otro del platillo y, al no encontrar salida, corre en círculos. No se detiene ni un segundo, al contrario, solo aumenta la velocidad, porque ignora que quien se inclina sobre ella quiere ayudarla. No solo ve al insecto indefenso, sino también todo el mundo que lo rodea. Y solo quiere liberarlo, porque no pertenece allí. Intenta quitársela de encima para no dañarla con su tacto. Pero ella, obstinadamente, sigue corriendo en círculos. El gigante le tiende una mano. Pero el insecto no puede confiar en él, renunciando así a la posibilidad de salvarse. Pero el poder de el fuerte es poderoso por una razón: para saber qué hacer cuando una pequeña criatura no está lista para comprender un plan superior. Y entonces la mano poderosa comienza a sacudir la Tierra de la hormiga con tanta fuerza que esta, según las leyes de la física, se sale de su ciclo de vida habitual. Y ahora está en otra tierra, no tan aterradora como antes hubiera imaginado. Ahora hay nuevas hormigas a su alrededor. Y su vida mejora. ¿Habría sobrevivido a la trampa en la que cayó por descuido y desconocimiento? No. Pero una mano fuerte lo levantó, sacudiéndolo mucho antes de que descubriera algo nuevo y mucho más grande de lo que la hormiga podría haber imaginado.
Estar acorralado no significa rendirse. Encontrarse tras la puerta no significa morir. La pequeña hormiga continúa su carrera contra el tiempo, que es despiadado para quienes no lo aprecian, pero que es suficiente para quienes aman la vida, a pesar de sus altibajos. Y el secreto de tal habilidad es la fe. Pero si la hormiga no fuera diligente y asidua, una mano poderosa no la habría tocado. Porque para recibir ayuda, alguien debe verte. Y aunque siempre corras riesgos, caminando por senderos desconocidos, solo así tendrás una oportunidad de salvación.
Desde entonces, la hormiga comprendió que siempre debes avanzar, sin detenerte, pero no es necesario correr de un rincón a otro, perdiendo las fuerzas que te quedan. Comprendió que el miedo lleva a la vanidad, y la vanidad a la pérdida de la razón. Así que agradeció a Alguien muy grande por darle otra oportunidad de ser feliz y se fue directo al hormiguero, donde era amado y esperado, y donde deseaba con todo su corazón ser útil a los demás.