EL PODER DE UNA FLOR
Muchas flores crecían en el césped cerca del río. Eran de una belleza excepcional. Tantas que, desde lejos, parecían una enorme alfombra multicolor. La gente solía venir allí a admirar el asombroso paisaje, sin siquiera pensar en a quién ni a qué debía su belleza.
Pero un día, la vida de las flores se puso a prueba. Los vientos amainaron y todos los seres vivos desaparecieron. Abejas, avispas, pájaros, murciélagos y otros animales que podían polinizar las flores dejaron de llegar. Incluso la gente dejó de visitar el césped. Las flores desconocían la razón. Poco a poco, comenzaron a morir; no nacían otras nuevas para reemplazarlas. El césped quedó vacío. Solo una flor sobrevivió, aunque ya no lucía igual. Poco a poco, su belleza se desvaneció, pero no se rindió y continuó creciendo. Cada día agradecía al Creador por el Sol, sus cálidos y reconfortantes rayos, y por la luz que le permitía ver el hermoso cielo azul. Agradeció al Cielo que, al menos ocasionalmente, le enviara lluvia que lo ayudaba a sobrevivir. La Flor no desesperó, ni siquiera al ver a otros incapaces de soportar la desgracia porque habían perdido el sentido de la vida: no tenían a nadie a quien complacer con su belleza y no podían tener descendencia. Se rindieron. El Sol incineró su fuerza y su belleza desapareció. La incredulidad les quitó las ganas de vivir y murieron. Solo una Flor, muy común, no se desanimó y quiso esperar cambios para mejor. Un día, la gente regresó, sin explicar adónde habían desaparecido ni por qué habían estado ausentes durante tanto tiempo. Contemplaron el césped, antaño hermoso, y se horrorizaron por lo que le había sucedido. Parecía un cementerio de flores que se extendía ante sus ojos. Pero en medio de las ruinas de un enorme claro con hierba quemada, crecía una sola Flor. Ahora parecía increíblemente hermosa. Crecía, vivía y era hermosa. Después de un tiempo, los pájaros, abejas, avispas y demás habitantes del bosque, necesarios para la vida de las flores, volvieron a volar. Los vientos soplaron con la misma fuerza que antes. Todo volvió a la normalidad. Es cierto que la Flor no comprendía del todo por qué Dios permitía que todos sus hermanos y hermanas murieran. Pero la clave residía en su interior.